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LA ASOCIACIÓN DE MADRES DE PLAZA DE MAYO, y la de ABUELAS, surgieron
durante la última dictadura militar, mandato que se extendió en ARGENTINA desde el año 1976
hasta el año 1983, y tiñó de sangre la historia patria.
Durante ese régimen, los grupos subversivos, o sospechados de serlo, que
bregaban por condiciones más equitativas de vida, utilizando medios violentos,
fueron reprimidos con tal saña e ilegalidad, que transformaron el terrorismo
que combatían, en una política de estado. Desde entonces, las prácticas
intimidatorias no procedían del cuerpo social, sino del propio garante de la
seguridad, o sea, del propio estado. Más de 350 campos de detención ilegal se
radicaron en el territorio de la república. Surgió por esos días la
figura del detenido desaparecido, o sea, personas cuyo destino era desconocido.
Se sabía que habían sido privados de su libertad, pero no se sabía donde
estaban. Las
madres de estas personas, cansadas de deambular por distintas reparticiones y
presentar infructuosos recursos de Habeas Corpus, se reunieron en la histórica
Plaza de Mayo, frente a la Casa
de Gobierno o Casa Rosada, en Buenos aires, el 30 de abril de 1977, por
iniciativa de una de ellas, Azucena Villaflor de Devincenti, que propuso luchar
unidas, para exigir pacíficamente, saber el destino de sus hijos. Requerían
entrevistarse con el general Jorge Rafael Videla, a cargo de la presidencia de
facto. Todos los jueves se fueron juntando,
primero fueron sólo catorce, y luego se fueron sumando muchas más, que
caminaban en círculos alrededor de la pirámide de mayo, (erigida en
conmemoración de los patriotas de 1810, que allí también se manifestaron) ya
que se les exigía desplazarse. El país se hallaba bajo estado de sitio y por lo
tanto estaba prohibida la reunión de más de dos personas. Por eso, unidas de a pares
comenzaron a caminar en busca de una respuesta que tardó demasiado en llegar.
Lucían sobre sus cabezas, como símbolo, pañuelos blancos, representando los
pañales que usaron sus hijos cuando eran bebés. Durante el Mundial de fútbol de 1978, se
hicieron conocidas internacionalmente al ser captadas por las cámaras de
periodistas de todo el mundo.
La
abuelas tienen por finalidad, además de la búsqueda de justicia, devolverles la
identidad a los niños que nacieron en cautiverio, cuyas madres fueron
asesinadas, y que crecieron sin conocer su historia, muchos de ellos,
apropiados por los mismos asesinos de sus progenitores. Su lucha incesante consistió en indagar
sobre las adopciones de esa época, visitas a orfelinatos y Juzgados de Menores.
Hasta el año 2006, fueron 84 los niños recuperados. Por medio de la sanción de la Ley 23.511, de 1987, se creó
el Banco de datos Genéticos, que en su artículo 1 establece: “Créase el Banco
Nacional de datos Genéticos (BNDG) a fin de obtener y almacenar información
genética que facilite la determinación y esclarecimiento de conflictos
relaticos a la filiación. El BNDG funcionará en el servicio de inmunología del
Hospital “Carlos A. Durand”, dependiente de la municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires,
bajo responsabilidad y Dirección Técnica del Jefe de dicha unidad y prestará
sus servicios en forma gratuita”. También
existe la Asociación
Hijos, formada por los hijos y demás descendientes de los
desaparecidos, cuyo fin es el mismo que las demás organizaciones: la búsqueda
de justicia. Otras
entidades que surgieron en consecuencia de las atrocidades cometidas contra los
derechos humanos por los dictadores fueron: la Asamblea Permanente
por los Derechos Humanos, los Familiares de Detenidos y Desaparecidos por
Razones Políticas, el Centro de Estudios Legales y Sociales, el Servicio de Paz
y Justicia y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos.
Ilustración original de Victor Viano para la primera edición de
La torre de cubos
El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón.
Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!,
brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.
Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos,
como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas
que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.
Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:
—Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!
¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que
las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban
terminando, se enojaban y les decían:
—¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!
Y los pobres chicos no sabían qué hacer.
Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de
tierra gritó:
—¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos!
¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!
Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita
del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo
del brazo.
Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro
y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.
Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y
los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.
Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la
casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro:
¡Toco toc! ¡Toco toc!
—Bartolo —le dijo con falsa sonrisa atabacada—, vengo a comprarte
tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate
y un millón de pelotitas de colores.
—No —dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.
—¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos
arbolitos de navidad.
—No.
—Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.
—No.
—Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.
—No.
—¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?
—Nada. No la vendo.
—¿Por qué sos así conmigo?
—Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen
tranquilos.
—Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan
rico como yo.
—No.
—Pues entonces —rugió con su gran boca negra de horno—,
¡te quitaré la planta de cuadernos! —y se fue echando humo
como la locomotora.
Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.
—¡Sáquenle la planta de cuadernos! —ordenó.
Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando
y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos.
Todos rodearon con grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron "arroz
con leche", mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores
y le sacaban los pantalones.
Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos
colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.
—¡Buen negocio en otra parte! —gritó Bartolo secándose
los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la
carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.
El pueblo que no quería ser gris de Beatriz Doumerc