5to A lee las leyendas del lugar
Leyenda del Centinela: Amaike y su enamorado
Eran los primeros tiempos del Fuerte Independencia, que
había incrustada su avanzada civilizadora entre los ricos valles y serranías
de la hoy floreciente TANDIL. Algunos soldados que se aventuraban, en
vespertinas cacerías hacia los inexplorados rincones de las serranías,
habían traído la noticia o la leyenda de una extraña jovencita, de piel
blanca, de hermoso porte. Que como una gacela sorprendida, desaparecía
con habilidad en cuanto se apercibía de ser observada, siendo inútil
después cuanto se hiciera para volver a encontrarla. AMAIKE era una extraña
flor de la región. Su madre, india, había muerto cuando ella era muy niña.
Vivía junto al cariño de su padre, un hombre ciertamente curioso en su
aspecto y que, por otra parte, denunciaba su ascendencia extranjera, y
puede ello admitirse, que era hijo de la cautiva de un gran Cacique.
AMAIKE había heredado la fortaleza de la raza aborigen y una belleza asiática
que contrastaba
con la rusticidad de las hijas del lugar. Su vida natural, en constante
ejercicio y a plena luz y sol, había dado a su cuerpo de moza una
esbeltez y flexibilidad que unidas al tinte claro de su piel y a la extraña
belleza de su rostro y de sus ojos, la habían convertido en una especie
de diosa del paraje.
Los aborígenes respetaban a AMAIKE como cosa
sagrada.
Los sencillos pero valientes pobladores de los valles y del
llano, crueles con sus declarados enemigos, pero en el fondo blandos y
susceptibles a la superstición, encontraban algo de divino en aquella
criatura un tanto misteriosa, de belleza no común, cuya mirada serena,
pero profunda, los hacía mantener distancia, en respetuosa contemplación.
Al principio la miraba como a una diosa, encandilado y cauto, a la
distancia. Más adelante, saltaba a su encuentro en cuanto la divisaba,
ganando a poco, con su destreza y su arrogancia, la confianza de AMAIKE
hasta inspirarle el mismo sano y dulce amor que por ella había nacido. Él,
vigilante, todas las tardes se situaba en su natural mirador de la colina,
como un centinela y paciente esperaba las cada vez más frecuentes salidas
de la hermosa muchacha. El amor los iba atando firmemente y en sus lazos,
ambos jóvenes se entregaban con la ilusión de sus vidas en flor.
En una oportunidad, dos soldados que hicieron una entusiasta descripción de la
muchacha mientras bebían en el bodegón del naciente pueblo de Tandil, juraron traer prisionera a la
"endiablada" y blanca indiecita, a fin de justificar su narración.
Alguna base tenían para arriesgar ese juramento. Unos de los soldados había
sospechado del periódico encuentro de la jovencita serrana con el indio
valiente que desde una colina lejana permanecía firme y desafiante. Así es que a fuerza de vigilar, apostados en los senderos, lograron
sorprender a la escurridiza muchacha. Esta, que nunca había sabido de
violencias, luchó desesperadamente y se
defendió con coraje y decisión para no perder la libertad que la alejaba
de sus prados y de su amor... Pero nada pudo hacer... Ya en plena noche,
los tenaces soldados regresaban complacidos, y al franquear la entrada del
fuerte, vióse con ellos a la más hermosa de las prisioneras.
Al
día siguiente, con las primeras luces de la madrugada, se
tuvo la certeza de que AMAIKE había sido hecha prisionera
por el hombre blanco. Entre los indios, su recuerdo no tardó
en apagarse y su existencia fue atribuida únicamente a la
leyenda. Pero, en lo alto de la colina, por los días y los
días, el atlético indio que aguardaba siguió firme en su
mirador, con la esperanza ya vana, de volverla a ver. Quienes
visitan el lugar, creen adivinar a través de los contornos
de la erguida piedra, la figura imperturbable de quien espera
todavía fiel a su amor, a la que nunca más volverá. (*)
LEYENDA: Manantial de los amores
Vivían en un rancho humilde un criollo viejo y su hija llamada Andrea, una morochita cuyos ojos eran como estrellas. Ella adoraba a su anciano padre... hasta que conoció a un hombre a quien adoró locamente. Murió el viejo criollo y Andrea quedó solita en el mundo.
Después, poco a poco, el amante dejó de acudir a la cita y los ojos de Andrea cobraron un brillo extraño. Una noche, por las hondonadas se escuchó un canto doliente, quejumbroso... La linda paisanita con su clamor inútil, llamaba al amante que ya no volvería jamás.
Desde ese entonces nunca se supo el paradero de Andrea, pero muchos afirman que en aquel lugar y en las noches de luna, se veía la silueta de una mujer; visión que musitaba un canto tierno, dolorido, apasionado..
Y esta es la leyenda de ese paseo que siempre se ha llamado "El Manantial de los Amores".
LEYENDA: Manantial de los amores
Vivían en un rancho humilde un criollo viejo y su hija llamada Andrea, una morochita cuyos ojos eran como estrellas. Ella adoraba a su anciano padre... hasta que conoció a un hombre a quien adoró locamente. Murió el viejo criollo y Andrea quedó solita en el mundo.
Después, poco a poco, el amante dejó de acudir a la cita y los ojos de Andrea cobraron un brillo extraño. Una noche, por las hondonadas se escuchó un canto doliente, quejumbroso... La linda paisanita con su clamor inútil, llamaba al amante que ya no volvería jamás.
Desde ese entonces nunca se supo el paradero de Andrea, pero muchos afirman que en aquel lugar y en las noches de luna, se veía la silueta de una mujer; visión que musitaba un canto tierno, dolorido, apasionado..
Y esta es la leyenda de ese paseo que siempre se ha llamado "El Manantial de los Amores".
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